sábado, 7 de abril de 2018

De otros tiempos


Mi mamá me habla de comprar un nicho y lo primero que se me viene a la cabeza es ¿por qué lo pensará?, ¿sabrá que el final está cerca?, ¿cómo sabe eso una persona? Me deja intrigado. Se habrá puesto en el lugar del vecino que falleció hace un año atrás cuando le mostré la tarjeta de invitación a lo que será su misa de recuerdo que arribó el fin de semana. Relaciona que ese final también puede ser el de ella, pensé. Se ve mejor que muchas personas de su edad y tiene una tranquilidad emocional y espiritual, a veces perturbada por puntos de vista distintos, pero nada que unas buenas horas de descanso puedan aliviar. Pensaba, ¿por qué tenía esa idea en mente?, ¿será porque no desea que sus hijos hagan gastos innecesarios? Lo que más me llama la atención es como el destino te lleva a alistar maletas cuando tú no deseas hacerlo aún.

No he hablado sobre ese tema seriamente, pero ayer que estuvimos todos juntos, se percibe que el dejarnos sin su presencia es algo que no esta en su radar, por lo menos no lo exterioriza. Si llegas a un punto en tu vida donde la felicidad y la tranquilidad reinan tu entorno, no me explico por qué pensar en dejar de ver aquello por lo que tanto luchó tener: una familia que le da alegría, a veces dolores de cabeza; otras, malestares estomacales. Mi mamá se podría decir es de cristal: a la menor cosa, se descompone, como aquellos aparatos muy finos que son difíciles de manejar, pero fáciles de romper. Siempre ha sido así: no puede ver una mala cara, un gesto adusto, un saludo irónico aun por vía telefónica. No sabía que uno podía enfermarse con solo un tono de voz. Es risible, tal vez, pero verdadero en la naturaleza de ella. Ella es de otro tiempo, de otro lugar.

Los príncipes azules solo existen en las novelas románticas que solía tener en los estantes de la casa familiar cuando vivía junto a sus siete hermanos, tíos y tías que apenas conozco. No somos cercanos de ninguna manera: nunca asistimos mucho a las reuniones que se celebraban, ya sea por su tirante relación con mi padre o el difícil horario de trabajo que tenía. Era la asistente contable más amable en el área de recursos humanos. A pesar del constante asedio de mi padre, nunca le dio el gusto de subir, hasta que el día llegó, y la versión de los cuentos de hadas se materializó: la puerta abierta del carro cambió su vida. Ella, que nunca había salido de su burbuja, no creía que el amor fuera tan a cuenta gotas. La realidad que le tocó vivir era otra.

Ha pasado el tiempo y aún la percibo tan inocente y frágil como aquella vez que recuerda ese momento. Se ríe y sabe que para ella, el sentimiento no cambiará a pesar de todas las guerras que haya librado y las ofensas que haya escuchado. Lo de ella es de otro lugar, de otro tiempo.








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