Rojo
Me detengo y solo te miro. A dos metros, pareces
inalcanzable, pero al cruzar, puedo ver esos ojos achinados, el iris color
negro, al igual que tu cabello que combina, ya lo creo, con tu tez blanca.
Aquel labial rojo intenso que llevas en esos labios gruesos no hace más que
generar angustia por acercarme, pero no. No debo.
Solamente me queda tomar fotos mentales, colocándolas allí,
en algún lugar de la memoria, sintiendo la impaciencia por no saber si ir
corriendo o salir corriendo. Este exilio no me deja olvidar el movimiento
que hacías con la cabeza para asentir que duele la vida que te toca vivir,
cuando ya no puedes contener más las
lágrimas de sentirte sola….sola….sola. El ronroneo del gato mimado, tu
ronroneo, ¿dónde está?
Firmes aparecían tus delgadas piernas, muy juntitas, mientras
conversabas en la calle, como si hubieras sido la mejor en la fila del colegio.
Nunca había visto tal simetría porque la mayoría solemos pararnos relajados, cansados. Con solo ese
detalle, imaginaba, que el lugar de donde venías, todo había sido así: recto, frío,
seco, muerto.
Y no te entendí, menos comprenderte porque de donde vengo
nunca hubo reglas ni rectitud ni mandatos, ni dolor. La antítesis de tu
existencia. Por eso te miro desde lejos,
que es lo único que no me puedes quitar, ya que la calle es inmensa y mi ida y
venida hacia aquí, constante, casi perpetúa, porque así lo deseo. Tus uñas de
ahora, marrones oscuras, señalan que andas preocupada, tal vez los cursos de
los últimos ciclos, quizás el no saber si alcanzará para tu almuerzo, porque la
alegría era rosada, la diversión, roja, la inquietud de tu ser, azul. ¡Cómo
olvidar cuando no quieres olvidar!
Nunca más ese puchero engreído que solía traer carcajadas donde
las palabras ya no servían, pero los gestos lo eran todo. Ahora, a kilómetros de
ti, bajo del tren y puedo comprender que hiciste lo correcto. Tal vez la luz
roja de ese cuarto que me espera alivie mis penas y borre, por treinta minutos
o una hora, lo que pudo ser.