miércoles, 17 de febrero de 2016

La primera vez

Solo es abrir la puerta del cuarto y empezar a caminar. El vestido azul me queda divino, como los ojos de ese actor que no recuerdo su nombre. Si estuviera aquí, le pediría que me lleve de la mano por toda la avenida. ¡Y este laceado que ya lleva una semana! No puede esperar. Hoy es el día, pero aún no lo sé. Una vez afuera, el camino se hará más fácil, tal vez. Las chicas no pueden estar equivocadas.

Esas miradas odiosas no pueden seguir afectándome. Estoy bonita y no luzco mal, como dice Isidro. Si no estuvieras a mi lado, créeme, no tendría el valor de hacer esto. Seguiría metido en ese disfraz con el cual me conociste: zapatillas Converse, polos anchos, pantalón a la cadera, y el corte de Cristiano Ronaldo. Discúlpame, pero es verdad: es mi platónico, y lo sabes. No lo niego, siempre te lo digo, aunque lo odies a muerte, pero tú eres mi presente, y esto, lo hago por ti también. Detrás de esa puerta solo existe una realidad, que quizás sea cruda, pero yo estoy hecho para la adversidad, como cuando escape del centro de niños abandonados donde me dejaron a mi suerte. Entendí que el dolor, el llanto y la incomprensión caminarían a mi lado.

Cierro la puerta atrás mío y doy mis primeros pasos. No es una pasarela, pero me siento como una reina: solo me falta la corona. No mires hacia allá, baja la mirada que vienen dos señoras murmurando. Pasan por mi lado, me miran extrañadas, pero admiran mi cabello. Ya quisieran ustedes lo que a mí me sobra, pienso. Vayan a cocinar y alimenten a sus sacavuelteros. Solo sigue caminando, Tatiana, porque ahora Gustavo, ya no existe.

Unas cuadras más y regreso a mi cuarto a contarle a Isidro. No puede ser. Esos tipos de allí, ¡qué mal aspecto tienen! Voy a pasar sin mirarlos. “Cabro de mierda. Vienes a malograr el barrio. Lárgate de aquí, conchatumare”. Y las risas empiezan otra vez. No hagas caso, no te pongas triste, no lo hagas. “O corres o te lanzo la botella.” Agarré mis zapatos y cruce la pista descalza. El dolor, la realidad, la intolerancia no pueden derribarme. De todos los presentes, cerca a la panadería del señor Lung, donde acaba la avenida, nadie reaccionó. Ni una muestra de comprensión, solo rostros desencajados llenos de dudas pensando antes en el que dirán. Prefieren callar y evitarse malos ratos. Otra vez el odio, otra vez empezar la huida.

Mientras camino de regreso al cuarto, los silbidos burlescos, los improperios de esquina, los cuchicheos, las risitas venían siguiéndome por la avenida. Es difícil, pero no imposible vivir así, Tatiana. No dejes que esos te lastimen: ésta eres tú.
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No puede ser que la gente sea tan mala. Pobre chica. Esa botella pudo cortarle el pie, ¡y esas palabrotas que le dicen! No entiendo por qué nadie dijo nada. Si estuviera mi papá conmigo, le hubiera dicho que la defienda. Algún día se lo diré cuando regrese de su viaje. A veces lo extraño mucho ¿sentirá lo mismo? Seguro su papá tampoco está con ella, y en eso nos parecemos. Pasaré por su costado y le pondré la mejor sonrisa que jamás allá visto y sepa que no está sola, que yo la entiendo, que las personas solo son borregos sin amo: siguen a la manada. Unos pasos más. ¡Oye! tienes un vestido bonito, y tu cabello lacio ¡te queda perfecto! Cuando sea grande, lo tendré justo como el tuyo. Allí tienes mi sonrisa.
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Te vi mirar de lejos lo acontecido, y sentía que querías venir corriendo cuando crucé la avenida.  Ahora, caminas hacia mí con tu andar inquieto y tu rostro sorprendido ¿te burlarás también como ellos, como lo hacen cuando ven un bicho raro? Pero no lo soy. Es mi primera vez siendo yo, la que soy, y quizás no entiendas. No te asustes…. ¿Y ese rostro alegre? ¿Por qué me lo regalas, niña? No te conozco, pero gracias….gracias…..gracias, niña….por ser distinta…como yo.