domingo, 27 de enero de 2013

Por una causa más humana



A pocos kilómetros de Lima se encuentra Lurín, balneario famoso por sus playas, chicharrones y por cobijar al primer torero peruano convertido en activista antitaurino y vegetariano que vio la luz en los ojos de su pasión: los toros

Don Ignacio Jamanca López levanta la ceja y mira mi nota de apuntes con ligera sospecha. Medita si en realidad colocaré su nombre en esta crónica que estoy por redactar. El interés por conocer sobre su antigua vida me ha traído hasta este lugar a conocer a aquella persona que fue el primer torero de Lurín y ahora un vegetariano confeso, ferviente opositor a las corridas de toros. 

Desde que se convirtió a vegetariano, Don Ignacio da largas caminatas por su antiguo Lurín. La carne ya no le apetece. Mientras caminamos, me cuenta que su afición por los toros la tuvo cuando con unos amigos de la cuadra fueron a ver torear a un español flacuchento, que llevaba un traje colorido y brillante en el corralón que tenía un empresario dedicado a la crianza de toros de Lidia, que luego eran vendidos para su uso exclusivo en Acho. -Aquél señor era muy gordo, cachetes gruesos. Me decía que yo debía comerme un toro entero para poder subir algunos kilos y eso hice, me comí uno entero y ahora me arrepiento-.

Su figura esmirriada denota que su cuerpo ha dejado de probar el sabor de lo que es un filete de carne de res. -No importa que los vegetales estén acompañados  solo de aliño. Me tiene sin cuidado la carne de cualquier animal. Ya pase esa etapa visceral de mi vida-. Me ofrece un plato de maíz serrano tostado. -Esto es sano, hijo. Aquí en mi hogar nunca más la carne de algún animal- me comenta. Una pequeña casita de adobe con unas cuantas sillas hechas de paja, piso de cemento, paredes blancas, un pequeño televisor encima de su mesa adornan la salita. Solo y sin hijos, don Ignacio vive contento y despreocupado sin remordimientos, feliz de haber cambiado de rumbo a tiempo. Se mira la cicatriz enorme que lleva en el vientre. - Carajo, me lo tengo bien ganado-.

El dolor de una mirada

Aquel día se pintaba como para dos orejas y rabo, todo por la fama y dejar el nombre de su pueblo en lo alto del cartel que presentaba a su hijo predilecto, el Jani, como la gran atracción. Empezó la faena con buen pie, dos, tres giros y este torito se iría de frente a la parrilla. No lo inquietaba nada en lo absoluto, ya tenia el control del animal .Con todas las banderillas dentro de su adversario se prestaba a clavar el estoque, parte final con que se le da muerte al animal. Los aplausos llovían, la sangre en el lomo, los jadeos en su oído, pero algo ocurrió. Miró al animal y vió algo que hasta ahora no olvida. - Ese animal era diferente. Por primera vez miré a un toro en los ojos y esté me impacto, como si quisiera pedir piedad. Dudé al dar la última estocada y me corneó. El resto es historia- dijo aún con el recuerdo en mente. Fue llevado a emergencia. La herida había sido para su suerte no profunda. Pasó unos días en el hospital, pero ya no volvió.- Suerte que me corneó. No sabía cuanto daño estaba causando-. Antes había tenido algunos cortes, golpes, rasguños pero nada como un cuerno incrustado en su estomago para sentir el infierno a sus pies. El dolor perpetrado durante años le había sido devuelto.
Aunque las corridas de toros sean un espectáculo singular y vergonzosamente español, su origen se remonta a los sangrientos juegos romanos y las crueles vejaciones en las que se mataban miles de animales para divertir a un público sediento de sangre y fuertes emociones. En Creta, además del relato de la mitología griega que cuenta las aventuras de Ariadna, hija del rey Minos, y Teseo, que mató al Minotauro, hay constancia de la celebración de juegos en la plaza de Cnossos, en cuyo palacio, conocido por el Laberinto, pueden verse frescos que muestran a hombres y mujeres en escenas de tauromaquia, guiados quizá por los mismos mitos y la ignorancia insensata que permite caracterizar a un pacífico animal como un monstruo o enemigo virtual.
-Muchas han sido las protestas y pocos los oídos que han escuchado y hecho algo en contra de este espectáculo. Esto no puede seguir- sentencia don Ignacio y enfatiza sus palabras, con el mismo aplomo que tuvo al fundir sus antiguas pertenencias  (banderillas ,estoques) de esa vida absurda que llevaba, la de un asesino en traje de lentejuelas.

Llámalo arte, si quieres

Esta actividad es considerada un arte por algunos en cuanto a las distintas expresiones plásticas que se expresan, además de valorar la valentía del matador al enfrentarse al toro. Muchos consideran el toreo una práctica de excesiva crueldad contra los animales. La UNESCO define la tauromaquia como "El terrible y venal arte de torturar y matar animales en público, según unas reglas, desnaturalizando la relación entre hombre y animal. Constituye un desafío a la moral, la educación, la ciencia y la cultura".
-En el fondo es un camal, un circo romano en pleno siglo 21- comenta  mientras mira el horizonte desde la ventana de su hogar oyendo los aplausos, tal vez, que  ovacionaron al primer torero del lugar. -Ahora soy presidente del movimiento antitaurino de Lurín y estoy feliz por eso porque he vuelto a estar en las portadas, pero ahora por una mejor causa. Nunca es tarde de enmendar el camino-.

Pienso y medito que así como él muchos cayeron en la torpeza de ver este espectáculo como arte. Algunos no han abierto los ojos aún, pero ya vendrá el día, don Ignacio, ya vendrá.