sábado, 2 de diciembre de 2017


REGRESO



Había visto los ojos de ella al servirse el café en la cocina. Cuando entró en la habitación, su madre había muerto. La casa inmensa quedaba con él. Se arrodilló ante ella, no opuso más resistencia y lloró. La última persona que lo hacía sentir parte de algo se había ido. Una vez más, otra imagen apareció en su cabeza: libros cayendo desde el cielo y una mujer que lloraba desconsolada tratando de coger alguno. No sabía si lograba su cometido porque las anteriores visiones tampoco tenían fin. Siempre les resto importancia. Dejó el cuarto, caminó por el pasillo lúgubre, los pies le pesaban. Llegó a la sala principal y se sentó cerca a la ventana. El presagio comenzó: no sabía dónde estaba. Esa tarde de invierno, las calles aparecían desiertas, apenas unos peatones cruzando la acera de enfrente. A lo lejos, divisó un triciclo tirado en el césped de Los Bustamante. Esa imagen le hizo recordar su primer cuento, La carrera, donde un niño, el más pequeño del vecindario, pudo ganar la competencia de la cuadra y ser parte del club. Desde entonces, las ficciones aparecieron en su vida. Los ojos de ella llegaron después.

Las olas castigaban a la orilla con una braveza anómala ese día de invierno, el viento estropeaba los carteles de publicidad con la imagen del escritor. La fila era una serpiente zigzagueante. Dentro de la maleta, ella tenía el libro a autografiar. La colección descansaba en casa. Había esperado este día desde el primer ejemplar, una colección de cuentos donde La carrera cerraba el libro. Poco podía hacer el clima para evitar lo que deseaba. Las fantasías de Adrián tenían líneas que narraban vivencias propias, miedos y deseos que ella nunca compartió. Con su prosa, entendió que sus temores eran universales. Una señora posó a su lado. Él tenía los ojos cansados; ella pensó que era por el viaje desde la feria madrileña, el corregir nocturno de la última novela, o tal vez era solo su imaginación. Solo faltaba el periodista que apareció y preguntaba si tenía tiempo para una entrevista luego. Ella, con una sonrisa de costado, demostró su malestar, pero ya tenía el ejemplar en la mano. Su cerquillo fue despeinado otra vez por una ráfaga de aire. Avanzó hacia él. - ¿Para quién? - preguntó. Sonrojada por la emoción de tenerlo cerca, tartamudeó – A-A-A….Ana – Trazó una línea para firmar el libro y ocurrió.

La gente desesperada empezó a correr, los gritos aumentaron la histeria, los stands llenos de ejemplares cayeron al piso. El ruido sísmico se escuchaba despertar. Sus miradas se cruzaron. Ana empezó a llorar de miedo y angustia, y él quiso ayudarla, pero fue arrastrado por su agente y la comitiva que buscaba refugio fuera de la librería del centro comercial. Cuando la tierra dejó de temblar, un empleado del local la encontró entre dos columnas arrodillada. Sus ojos verdes, tristes y llorosos, miraron la primera página del ejemplar. Solo una línea. Al día siguiente, el escritor se alejaba del país por 25 años. Nunca más volvió a verlo.

Sentado mirando hacia la ventana, Adrián, extrañado, no sabía que hacia allí. En la mesa, el borrador de una novela terminada. Tocaron la puerta. Un hombre alto, delgado, de cabello gris peinado hacia atrás ingresó y le sonrió. Tomó el manuscrito. -Tienes compañía- le escuchó decir al retirarse. Adrián volteó. Una mujer de ojos verdes con un libro entre las manos ingresó. – ¿Podrás escribir a mi lado?- preguntó. Le alcanzó el libro que traía. El escritor lo abrió. En la primera pagina, una firma inconclusa se dejaba ver.