jueves, 15 de abril de 2010

La gallina de los huevos de oro


La cultura del entretenimiento, pan de cada día en la sociedad mundial, ha tendido sus bases no solo en notas musicales con conciertos multitudinarios y en películas taquilleras en 3d sino que ha incursionado en el campo de las noticias con más fuerza que el siglo pasado como el mejor luchador sin ley con una fanaticada que aclama por más día a día. Cuando un noticiero muestra imágenes de mineros acribillados por bloquear carreteras en busca de una formalidad decente, satisface el morbo de un espectador acostumbrado al gusto por lo violento, indecente y grotesco, practicas de un periodismo facilista con tintes amarilistas que pueblan los medios más vendidos en el mundo entonces la audiencia del canal se verá en alza, cuando un periódico como The Sun en Londres donde Kate Moss inhalando coca hizo portada el pasado año violando su derecho de intimidad sin el menor escozor en la piel entonces las ventas se duplican. En conclusión: hemos reinventado a la gallina de los huevos de oro, genéticamente manipulada para satisfacer a muchos. Créame una necesidad y te haremos rico. Lo que le gusta a la gente, dicen.

Periodismo que encanta a multitudes alrededor del mundo. Con la visita de Mario Testino en la reapertura del Mali acompañado de la top model, su esbelto y moldeado cuerpo fue captado una vez más por el lente en suculento top less, no podía ser menos, disfrutando de un sol de otoño casi veraniego mandando a la basura una vez más su derecho a la privacidad. La gallina una vez más incubó y con creces. Cumplido el objetivo, mensualidad asegurada, y si te doy un plus por esa primicia, eres un periodista que se juega el día en día en la cancha. La gente consume y eso basta. Pasa por caja y buenas noches los pastores. Camino con mis cinco años de estudio a cuestas y me siento contento. Tal vez.

Si pretender encandilar a muchos requiere pasar la barrera de la decencia, respeto, palabras arcaicas que el viento se llevó, la noticia a sido volteada y no precisamente para mejorarla sino para realzar maliciosamente el mensaje. Pretendo seguir mis principios y no ahogarme. Solo espero que mi salvavidas pueda resistir la mordida de los tiburones superiores de la noticia objetivo tomándome un caldo de gallina sin huevos de por medio.

Q.E.P.D.


La memoria gastronómica me lleva al tiempo en que la sangrecita era mi plato preferido. Exquisito a mi paladar, engendraba a mis 8 años una alegría que compartía por toda la casa al oír las papas friéndose, el arroz con su punto de ajo en el aderezo y lo mejor era ese elemento que me hacia agua la boca. Mi inocencia no sabia su procedencia ni el porque de su nombre carmesí; tan solo me preguntaba, a veces, el por qué de su color oscuro y del sabor mezclado con cebollita china al lado de sus papitas que lo hacían la combinación perfecta para un almuerzo con su dibujo animado de por medio.

Almorzábamos todos juntos y yo esbozando una sonrisa de oreja a oreja cada vez que comentaban que bien le había salido el plato a mi hermana ya que mamá trabajaba por esas horas. No dejaba ni un grano de arroz ni tampoco un pedacito de ese marrón delicioso en el plato.

El destino quiso que viviera en otro país por cierto tiempo donde la comida chatarra era bandera de su alta cocina. Tenia que dejar de lado mi exquisitez para pasar a sanguches kilométricos y hamburguesas al carbón. Pasó el tiempo como pasaba cada bocado sentado en la mesa de la casa, y ahora de regreso en el país de ricas comidas, sentado en el local de la receta secreta del abuelito cocinero, recuerdo la partida de mi plato favorito.

Acompáñame al mercado, dijo mi hermana apresurando el paso. ¿Que vas a hacer?- ¿Sangrecita?, sugerí y mi sonrisa de oreja a oreja otra vez en el rostro. Ganaste, dijo mi hermana y pasito a paso llegamos al mercado. Directo y sin asco fue la puñalada al corazón cuando observé el pataleo del desafortunado previo corte al pescuezo para que mis ganas por el marrón delicioso se esfumaran hasta el día de hoy sin retorno alguno. Un kilo y bien pesado porque sé como le gusta a ese mocoso, atine a escuchar al sr. Emilio, degollador y de la misma escuela de Jack, el de Londres, desde la distancia que dividía a su puesto de mi presencia ante tan horrendo espectáculo. El marrón delicioso ya no volvería a ser más la delicia de mis días.

Quedé consternado y trate de justificar mi gusto por el plato tratando de ver si lo mío era un capricho ó era yo parte de los personajes del mundo de Crepúsculo. No sabía igual, pero el dolor era minúsculo comparado con el pataleo de los plumíferos que deleitaron mi paladar infantil. ¿Cuanto es, señorita?- ¿Un megacombo? 12.50 ¿quisiera agrandar sus papas por 2.50?- No, gracias. El abuelito sonriente ganó la batalla contra el marrón delicioso. Maldito destripador y maldita visita al mercado. Descansa en paz, platito del ayer.