jueves, 15 de abril de 2010

Q.E.P.D.


La memoria gastronómica me lleva al tiempo en que la sangrecita era mi plato preferido. Exquisito a mi paladar, engendraba a mis 8 años una alegría que compartía por toda la casa al oír las papas friéndose, el arroz con su punto de ajo en el aderezo y lo mejor era ese elemento que me hacia agua la boca. Mi inocencia no sabia su procedencia ni el porque de su nombre carmesí; tan solo me preguntaba, a veces, el por qué de su color oscuro y del sabor mezclado con cebollita china al lado de sus papitas que lo hacían la combinación perfecta para un almuerzo con su dibujo animado de por medio.

Almorzábamos todos juntos y yo esbozando una sonrisa de oreja a oreja cada vez que comentaban que bien le había salido el plato a mi hermana ya que mamá trabajaba por esas horas. No dejaba ni un grano de arroz ni tampoco un pedacito de ese marrón delicioso en el plato.

El destino quiso que viviera en otro país por cierto tiempo donde la comida chatarra era bandera de su alta cocina. Tenia que dejar de lado mi exquisitez para pasar a sanguches kilométricos y hamburguesas al carbón. Pasó el tiempo como pasaba cada bocado sentado en la mesa de la casa, y ahora de regreso en el país de ricas comidas, sentado en el local de la receta secreta del abuelito cocinero, recuerdo la partida de mi plato favorito.

Acompáñame al mercado, dijo mi hermana apresurando el paso. ¿Que vas a hacer?- ¿Sangrecita?, sugerí y mi sonrisa de oreja a oreja otra vez en el rostro. Ganaste, dijo mi hermana y pasito a paso llegamos al mercado. Directo y sin asco fue la puñalada al corazón cuando observé el pataleo del desafortunado previo corte al pescuezo para que mis ganas por el marrón delicioso se esfumaran hasta el día de hoy sin retorno alguno. Un kilo y bien pesado porque sé como le gusta a ese mocoso, atine a escuchar al sr. Emilio, degollador y de la misma escuela de Jack, el de Londres, desde la distancia que dividía a su puesto de mi presencia ante tan horrendo espectáculo. El marrón delicioso ya no volvería a ser más la delicia de mis días.

Quedé consternado y trate de justificar mi gusto por el plato tratando de ver si lo mío era un capricho ó era yo parte de los personajes del mundo de Crepúsculo. No sabía igual, pero el dolor era minúsculo comparado con el pataleo de los plumíferos que deleitaron mi paladar infantil. ¿Cuanto es, señorita?- ¿Un megacombo? 12.50 ¿quisiera agrandar sus papas por 2.50?- No, gracias. El abuelito sonriente ganó la batalla contra el marrón delicioso. Maldito destripador y maldita visita al mercado. Descansa en paz, platito del ayer.

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